- Miguel De Montaigne.
“visitad un colegio a la hora de las clases, y no oiréis más que gritos de niños a quienes se martiriza; y no veréis más que maestros enloquecidos por la cólera. ¡buenos medios de avivar el deseo de saber en almas tímidas y tiernas, el guiarlas así con el rostro feroz y el látigo en la mano! quintiliano dice que tal autoridad imperiosa junto con los castigos, acarrea, andando el tiempo, consecuencias peligrosas. ¿cuánto mejor no sería ver la escuela sembrada de flores, que de trozos de mimbres ensangrentados? yo colocaría en ella los retratos de la alegría, el regocijo, flora y las gracias, como los colocó en la suya el filósofo speusipo. así se hermanaría la instrucción con el deleite; los alimentos saludables al niño deben dulcificarse, y los dañinos amargarse. es maravilla ver el celo que platón muestra en sus leyes en pro del deleite y la alegría, y cómo se detiene en hablar de sus carreras, juegos, canciones, saltos y danzas, de los cuales dice que la antigüedad concedió la dirección a los dioses mismos: apolo, las musas, y minerva; extiéndese en mil preceptos relativos a sus gimnasios; en la enseñanza de la gramática y la retórica se detiene muy poco, y la poesía no la ensalza ni recomienda sino por la música que la acompaña”.
de estos sentimientos sobre el abuso de los castigos surge la máxima con que he titulado esta reseña: la dulce severidad es la contrapartida de la severa crueldad que se aplicaba en las escuelas de su época. la frase de montaigne significa un concepto moderno de enseñanza, donde la autonomía del aprendizaje es el logro del maestro sobre el niño revestido de dignidad, ese respeto irrenunciable hacia el educando y su humanidad. es interesante este concepto en montaigne, quien era no olvidemos un magistrado, un hombre acostumbrado en la época a dictar severos castidos, incluso la muerte por delitos menores y terribles castigos físicos a los condenados. sin embargo, montaigne no era de la misma clase que sus contemporáneos, era un filósofo y un educador adelantado a su tiempo, era un humanista que veía al ser humano desde una perspectiva diferente.
sus ensayos nacen de una pregunta que llegaría a ser su divisa vital: ¿qué se yo? y de esa frase surge la idea poderosa acerca que lo que sabemos tiene que trasmitirse a las nuevas generaciones, es decir enseñarse, y qué mejor que hacer que los saberes se inculquen desde la niñez, a través de la guía del maestro con la dulce severidad que nos recomienda montaigne.
ahora bien, ¿cómo un hombre de su tiempo y de sus males sociales puede abstraerse de las costumbres y convertirse en un verdadero humanista, en un adelantado acerca de los derechos humanos? seguramente su padre influyó en su espíritu, a través del conocimiento de los clásicos y el amor a los libros, así como el conocimiento directo de maestros que obedecían a los nuevos tiempos que vendrían para europa y el movimiento humanista que predominaría con fuerza en todo el renacimiento.
montaigne se preocupa de la observación del alumno y de la praxis en el aprender, rehusa lo que considera centrarse solamente en el verbalismo vacío (en términos modernos), descuidando los hechos, que son la base de la vida. es novedosa esta actitud, que lleva implícita una didáctica que se complementa con valores. recordemos que desde la época medieval primaba la repetición de los textos para aprender y el uso de métodos mnemotécnicos, que hacían más bien rígico el aprender. recordemos a bruno y sus laboriosas técnicas de memorización. en cambio, montaigne prefiere la práctica en el aprender.
"el discípulo no recitará tanto la lección como la practicará; la repetirá en sus acciones.
se verá si preside la prudencia en sus empresas; si hay bondad y justicia en su conducta; si hay juicio y gracia en su conversación, resistencia en sus enfermedades, modestia en sus juegos, templanza en sus hacerse, métodoen su economía o indiferencia en su paladar, ya se trate de comer carne o pescado, o de beber vino o agua. el verdadero espejo de nuestro espíritu es el curso de nuestras vidas. zeuxidamo contestó a alguien que le preguntaba por qué los lacedemonios no escribían sus preceptos sobre la proeza, y una vez escritos por qué no los daban a leer a los jóvenes, que la razón era porque preferían mejor acostumbrarlos a los hechos que a las palabras.
comparad nuestro discípulo así formado, a los quince o dieciséis años; comparad le con uno de esos la tinajeros de colegio, que habrá empleado tanto tiempo como nuestro alumno en educarse, en aprender a hablar; solamente a hablar. el mundo no es más que pura charla, y cada hombre habla más bien más que menos de lo que debe. así la mitad del tiempo que vivimos se nos va en palabrería; se nos retiene cuatro o cinco años oyendo vocablos y enseñándonos a hilvanar los en cláusulas; cinco más para saber desarrollar una disertación median amente, y otros cinco para adornarla sutil y artísticamente. dejemos todas estas vanas retóricas a los que de ellas hacen profesión expresa".
una aplicación de la praxis como método de enseñanza y de buen aprendizaje nos relata montaigne de cómo aprendió el latín, evitándose el arduo trabajo que daba ese idioma en las escuelas, donde la gramática quitaba tanto tiempo que bajaba el nivel de aprendizaje de los estudiantes.
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